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Oscar Eliezer Mendoza De Los Santos

El despertar de nuestro niño interior.


Un sonido, similar a un gorgoteo, le despertó. Se quedó mirando al techo, cuestionándose si fue sólo un sueño. El impávido silencio de la noche pareció darle la razón. Pero ahí, segundos después del sosiego, sin siquiera haber alcanzado a juntar los párpados, estaba de nuevo el gorgoteo. Con exaltación, se incorporó en la cama, intentando ubicar de dónde provenía el desagradable sonido. Muchas risitas infantiles comenzaron a sonar. Falto de aire y con el espanto corriéndole por la médula, apenas si pudo preguntar: “¿Quién es?”. “Soy yo” respondió una voz, cuya fingida gravedad intentaba emular a la de un adulto. De nuevo risas graciosas y cuchicheos. Las entrañas comenzaron a arderle y el pecho le retumbaba. El aire era cada vez más escaso. “Toc, toc, ya volví” profirieron muchas -quizá decenas- de voces infantiles amontonadas, desgarrándole la garganta. La sangre se le empezó a deshilar por la nariz y los ojos. “Toc, toc. Toc, toc. Abre la puerta de una buena vez, que ya quiero salir”. Y una mano, pequeñita y pálida, emergió de su boca. “Qué frío se siente aquí afuera”, exclamó.


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