- A mi me da lo mismo matar a una paloma que a un ser humano- dijo, alzando la voz sobre el ruido mecánico de la máquina de café.
Lo que me inquietó no fue la afirmación en sí, sino el aplomo con el que lo había dicho. Koschewell agarró su vaso y dio un sorbo, aletargado, sin dejar de mirarme.
Hasta entonces yo había estado dando buena cuenta de mi plato, pero mientras masticaba la carne de estofado, la imagen de una paloma con la cabeza descoyuntada comenzó a incomodarme.
Sin embargo, aquella abrupta confesión no me había sorprendido en modo alguno.
Al menos a 1354 millones de kilómetros del Sol, y a unos quince de la siguiente estación espacial, la nuestra, Gaela 32, se erigía al sudeste de Encélado, el sexto satélite más grande de Saturno. Cuando Weyland y Yutani, dos viejos socios que ignoraban entonces que se convertirían en los padres fundadores de la minería espacial, impulsaron en el año 2075 el establecimiento de canteras espaciales para recoger y producir recursos planetarios para el resto de estaciones de La Línea, descubrieron penachos ricos en agua en el polo sur del planeta y decidieron que sería una buena idea establecer una mina alrededor de los criovolcanes que, en forma de géiseres, expulsaban chorros de vapor de agua, minerales y partículas de hielo. Y sí, había sido una buena idea, pero nadie tenía muy claro para quién. Durante años aquella estación no había llegado a albergar a ningún minero durante más de seis meses seguidos. El problema era que, evidentemente, Encélado estaba demasiado lejos del Sol, por lo que el planeta entero estaba cubierto por una capa lisa de hielo superficial, y las temperaturas no sobrepasaban, muchas veces, los -198ºC durante el día. Además, parte del vapor de agua que caía de nuevo tras ser expulsado, lo hacía en forma de nieve, así que fuera de la cúpula en la que vivíamos, todo era vasto y blanco.
La mayoría del tiempo nos rotábamos cada dos ciclos para hacer guardias en la cabina de comandos de la nave principal sin nada más interesante que observar la monitorización de la telemetría, absortos en la oscuridad de la pantalla. Era curioso escuchar el ruido de fondo de las bombas de electrólisis de los robots mineros, e ir a comprobar más tarde que todo el proceso iba viento en popa para generar un combustible que ninguna nave jamás usaría. Tan solo los mensajes que nos llegaban, con al menos medio año de retraso, desde Marte, nos mantenían anclados a la realidad, y nos ubicaban en un tiempo que parecía no existir allí donde estábamos.
Así que, como decía, me fue imposible sorprenderme. En un lugar así, o venías loco o acababas estándolo.
Me debatí entre continuar con la conversación o desecharla con algún gesto cortés, pero finalmente hablé.
- ¿No te darían pena?
- ¿El qué?
- Las palomas
Koschewell se encogió de hombros en un gesto un tanto exagerado muy propio de él, y siguió dando pequeños sorbos a su café ardiendo.
- Sí, supongo, pero es cómo te digo... La misma pena me da un humano, pero ni una cosa ni la otra me importaría siempre y cuando sea por un buen fin
-¿Como cuál?
-¡Y yo que sé! Un buen fin, y ya está.
Nos quedamos ambos en silencio, el con expresión pensativa y yo masticando mi estofado. Este hombre tenía un aspecto muy particular. Era grande, no mucho más que yo mismo pero lo suficiente para destacar sobre el resto, de piel rojiza y llena de pecas. Tenía poco pelo sobre la cabeza y una barriga prominente que las escasas raciones no conseguían satisfacer. Además, era un hombre muy feo. Tenía la nariz chata, los pómulos salientes y apenas una barbilla lampiña. Y aun así, me inspiraba cierta ternura. Quizá porque ambos habíamos nacido en la Luna y todos sabemos que cuando no hay nada más que abismo a nuestro alrededor, el hombre tiende a completarse con lo que sea, aunque se trate de vínculos tan vacíos como el hueco que pretende llenar.
-Si matas a un ser humano sin razón, eres un monstruo -soltó de pronto, golpeando la mesa- Porque esas cosas no se hacen, eso yo jamás lo haría. Pero si es por un buen fin...-asintió para si mismo- Entonces es lógico. Para mi y para cualquier persona
-El fin justifica los medios -dije- Lo dijo Napoleón Bonaparte, ¿sabes? Fue un terráqueo. ¡Aquella gente si que era extraña!
-¿Napoleón Bonaqué?
Hice un gesto para que desechara la idea y se me quedó mirando con aire ausente.
-Imagina que mientras hablamos hay una nave pirata desembarcando en la cantera. Imagina.. Imagina que mientras hablamos, ya han destruido a los Brians y mientras algunos se quedan a robar recursos, el resto viene directito aqui a matarnos. Y van a matarnos de verdad, porque ya lo han hecho antes. No solo en estaciones, en planetas también. Son malos -y vocalizó con especial cuidado esta ultima palabra, como si me encontrara incapaz de entender su verdadero significado- Así que yo iría a la Sección Tres, cogería el ascensor... O quizá subiría las escaleras porque ya sabes que a veces el ascensor te hace esperar mucho, y después cogería un arma. ¡Si me veo con un arma en frente de un millar de piratas, los mataría a todos! Uno tras otro, ¡pam, pam pam! -y estalló en una carcajada que me produjo escalofríos- Eso sería por un buen fin. Ellos son malos, harían daño, así que estaría justificado -volvió a asentir para sí y tiró su vaso de café a la basura- Nam me perdonaría, porque es lo que Nam querría.
No solía dedicar mucho tiempo a mis compañeros, así que no recordé tan rápido como era de esperar que Kevin Koschewell pertenecía a un reducido número de la población luniense apegada a costumbres terráqueas que hablaban de fé y misticismo. Yo jamás le había prestado mucha atención a aquella clase de cosas, pero lo poco que sabía me decía que Nam era un equivalente a lo que había sido el Dios terráqueo.
-¿Y cómo sabes que eso es lo que él quiere? -me aventuré a decir, en tono amistoso.
-Porque él es bueno, y ellos son malos. -dijo, lentamente, como si con ello me hubiera dado la respuesta definitiva y no cupiera lugar a dudas después de aquella afirmación.
Fen, uno de los mineros más jóvenes de nuestra plantilla, pasó junto a el rebuscando en los cajones un vaso para coger agua. Noté por su expresión ceñuda que había estado escuchando parte de la conversación, y él nos miró a ambos críticamente tras sus gruesas gafas de cristal tintado.
-¿Y cómo sabéis vosotros lo que es bueno y lo que es malo?
Koschewell bufó, y le miro despectivamente. Pude notar cierto cansancio en la manera en la que le miró.
-¿Acaso estaba hablando contigo, novato?
-No, camarada, simplemente...-calló, algo azorado, y me miró como en busca de apoyo, pero yo volví la vista a mi plato.
-Bueno, ya que preguntas -siguió Koschewell- Supongo que esto no te vendrá mal. ¿Tu no habías sido genetista? Las Escuelas de Medicina ya no enseñan nada útil. Memoriza y escribe, que al final acabarás en una mina. Espectacular -rió con fuerza, y añadió después- Nam representa todo lo bueno, la bondad, ayudar al prójimo y no hacer mal a nadie... Ya sabéis, todas esas cosas. Y uno tiene que acercarse a Nam todo lo que pueda, cuanto más te parezcas, más bueno serás. Y bueno, lo malo.. Pues todo lo contrario, ya sabes.
-Pero ¿y eso quien lo dice?
-El propio Nam
-¿Ya estás hablando con Dios otra vez? -casi gritó Han, entrando a la sala con una enorme sonrisa burlona en la cara.
Han era, de entre todos, el tipo más corriente después de mi.
Había sido espeleólogo durante más de veinte años en su planeta, Marte, y esa misma experiencia era la que le había llevado a trabajar en la construcción de nuestra estación. Llevaba más tiempo allí que ningún otro y, sin embargo, no lograba observar en él un comportamiento fuera de lo normal. Aún así y a pesar de su redonda cara de bonachón, a mí me daba escalofríos.
Koschwell le miró, ceñudo y con expresión violenta.
-Oye, tranquilo -Han levantó las manos en un gesto de paz y nos miró a todos - Sólo escuché la última parte, ¿que me he perdido? ¿A que viene a esta reunión?
-No es una reunión, sólo charlabamos sobre...
-Sigo sin estar seguro de lo que me dices -interrumpió Fen, colocandose las gafas- Al fin y al cabo, el bien y el mal son conceptos puramente humanos. Interpretaciones subjetivas de una realidad que son incapaces de comprender. Si hace millones de años un terráqueo decidió que esto era bueno y aquello era malo, seguramente fue para adaptarlo a sus circunstancias y obtener algún beneficio.
-¡Si Nam pudiera escucharte! -rió
-Claro, pero no puede
-Hablas desde la ignorancia -contestó Koschwell, cortante- Un humano solo interpreta lo que Nam le dice. Él da el conocimiento, y tu lo llevas a la práctica. Es así, el nos dijo qué era bueno y qué era malo y nosotros actuamos en consecuencia. No me líes con tus paranoias ateas, te hacen parecer aún más ignorante.
Han comenzó a reirse, aunque para mi gusto aquello no tenía ninguna gracia. Me quedaba alrededor de medio ciclo para empezar mi guardia y ni siquiera había podido comer tranquilo. Koschwell y Fen comenzaron entonces una discusión de la que apenas podía entender nada, y me sentí repentinamente agobiado por sus presencias en la habitación y los gritos salvajes que se lanzaban el uno al otro.
Y fue en ese momento, cuando intentaba perderme en mis cavilaciones sobre las guardias, en el que me di cuenta de que algo fallaba en mi plan de relevo, puesto que la persona que tendría que relevar estaba precisamente frente a mi.
-Oye, Koschwell. ¡Hey! Escucha -se giró, y me miró ceñudo- Escucha, maldita sea. Deja a Fen ya, ¿quieres?, ¡tenías que haber estado de guardia hace ciclo y medio! ¿Cómo es que...? Maldita sea
Koschwell gruñó y maldijo entre dientes, golpeó la mesa con fuerza, muy tenso de repente, y salió corriendo hacia la sala de comandos. No sé que fue lo que nos llevó a hacerlo, pero el hecho de que a alguien se le pasara la guardia nos parecia tan insólito que fuimos tras él, más lentamente.
La piel rojiza de Koschwell se había tornado terriblemente pálida para cuando llegamos. Observé sus ojos saltones, el sudor corriendo en gruesas gotas por su frente y el pecho, subiendo y bajando con rapidez. Estaba hiperventilando, con la mirada fija en la pantalla del ordenador de control.
-No pasa nada, siempre puedes doblar el turno o... -Han se paró en seco, depositando su mirada en la pantalla también, y así se quedó.
Me recordaron a las carcasas de los viejos robots mineros desactivados que guardaba en mi habitación como recuerdo de otros viajes y otros compañeros.
-¿Que demonios estáis mirando en esa pantalla oscura? -dijo Fen, acercándose.
-La razón por la que no está oscura -musitó Han, y después chocó las palmas y empezó a gruñir de nuevo.
Por lo visto, había aparecido una nave en el radar. Y no solo eso, la nave había permanecido sobrevolando la cúpula un buen rato, esperando respuesta de la central. Si Koschwell hubiera estado en su puesto, habría abierto la compuerta superior y la nave, cuyo origen seguramente no llegarían a conocer nunca, habría aterrizado en la Plataforma de Recarga.
Si Koschwell hubiera estado en su puesto, la nave habría repostado exitosamente y habría seguido su vuelo, y sin embargo, ante su falta y actuando bajo las directrices incrustadas en su base de datos, la computadora de control le había enviado un mensaje corto y sencillo a la nave antes de que sufriera un error crítico y cayera muy lejos de allí, en el exterior: <>
-Esto es malo
-Muy malo -coincidimos todos.
-Koschwell, respira -le di una palmadita en la espalda, sin saber muy bien como actuamos- Respira, céntrate solo en eso ahora.
-Esto es muy malo -repitió él, sin apartar la vista de la pantalla -¿Cuántas personas irían ahí? Era la primera nave...La única-comenzó a sollozar, incapaz de controlarse- ¡Maldita sea! Esto es culpa mía, y es malo
Fen carraspeó entonces y le miró con suficiencia, esbozando una media sonrisa.
-Entonces, retomando lo dicho, si te mato ahora, ¿seré bueno?