La luminosidad presente en la acera me provoca tener que girarme para poder evitar su intensidad. No es la primera ocasión que me pasa, y mucho menos la última.
Aquella luminosidad no es la que presenciamos todos los días debido a la radiación que emite la estrella central de nuestro sistema solar en su respectiva longitud de onda correspondiente al visible. Quizás de haber sido este mi haría sentir bien, o por lo menos no me causaría la cólera que aquella fuente de luz frente a mí me está causando en estos instantes.
—¿Cómo pudieron ser capaces de aceptar una cosa así? ¡Es inaudito! Mira que ya venían haciendo cosas de ese estilo, de manera completamente desinformada, pero no les interesan los demás, sólo lo que ellos crean correcto —me reprimo a mí mismo con ansias y desespero.
Hace apenas un par de días todo esto tomó su momento de fama el cual le permitió modificar lo que ahora resulta ser una verdadera desgracia.
Muchas de las personas que conozco están en completo desacuerdo conmigo, pero es porque no conocen mis argumentos. Por supuesto que no estoy en contra de aumentar la cantidad e intensidad del alumbrado público por motivos de seguridad; ese no es el desacuerdo que tengo con ello. La problemática viene cuando la exageración de su uso conlleva un problema que para muchos no resulta tan grave como para otros: que han imposibilitado a todo ser viviente dentro de las ciudades a apreciar la belleza del cielo nocturno.
Nos han quitado la posibilidad de deleitarnos con los maravillosos paisajes que nuestro sistema planetario, y en concreto nuestra galaxia y todo el firmamento, nos pueden regalar. Aquella belleza que poco a poco hemos ido perdiendo, y que se ha vuelto algo completamente irrelevante para la mayoría, ahora se ve completamente apagada.
Hace algún tiempo se podían todavía apreciar algunas trazas de lo que alguna vez vieron nuestros antepasados, esa maravillosa imagen en donde se puede apreciar el cinturón que forman todas las estrellas de nuestra galaxia, dando una sensación completamente única. Pero ahora eso ya es prácticamente historia, a menos que desees ir a una de las pocas zonas de reservas de la observación astronómica. En aquellos lugares se ha hecho todo lo posible para impedir que la contaminación lumínica estropee tan bello paisaje que nos brindan siempre después del ocaso todas las estrellas que nos acompañan en el universo.
Sigo caminando, aumento la velocidad. Deseo escapar de este lugar, irme para jamás regresar. Mientras sigo avanzando por la acera me acerco cada vez más al centro de la ciudad.
Consecuencia directa de esto la cantidad de radiación electromagnética correspondiente a las frecuencias e el visible aumenta exponencialmente, así como el número de personas.
Algo me golpea fuertemente en el hombro izquierdo —¿o yo lo he golpeado?— No lo sé, pero no me interesa, me dispongo a seguir caminando cuando una voz dulce se hace presente a mis espaldas.
—¿Se encuentra bien? —recita la voz, sin rasgo alguno de molestia o irritación.
—¿Disculpe? —le contesto mientras intento seguir caminando; pero algo me lo impide. Mi brazo se ve sostenido con fuerza por lo aires, impidiendo mi avance— ¿Qué quiere? ¿Por qué me aprieta la mano?
—Le he preguntado si se encontraba bien, y no me ha contestado —inquiere de forma efusiva.
Me volteo para ver a la persona que me está impidiendo avanzar. Al hacerlo me topo con una silueta que me parece conocida, lo mismo que el rostro agradable que posee. Empero, no logro recordar el lugar de donde pudiera conocerla, aunque eso no me impide estar seguro de que la conozco de algún lugar.
—¡Sí! —contesto de forma repentina, tanto como para usar un tono brusco y grosero que no estaban en mis intenciones —. Creo que sí —agrego con más tranquilidad—, es solo una cuestión que está martirizando mi cabeza, pero nada de lo que tenga que preocuparse.
—Bueno, creo que tengo un poco de tiempo libre; y por lo visto usted también. ¿Qué le parece si me platica un poco más sobre lo que le aqueja?
Por unos instantes estoy completamente decidido a reprimir la invitación, llego hasta a idear pretextos para hacerlo: ¿Qué le ha hecho pensar que estoy libre? ¿Por qué he de ir con usted? ¿Qué le importa?
Pero algo en la forma de decirlo me hace pensarlo otra vez, ahora desde una perspectiva diferente. Quizás hablando con ella pudiera salir a plática el lugar de donde la conozco, estoy casi seguro de que ella claramente me ha reconocido y por eso me ha detenido.
—De acuerdo, voy con usted. ¿A dónde desea ir? —contesto con voz poco animada.
—¿Qué le parece el parque que esta aquí en la esquina? —replica con euforia, ignorando por completo mi apatía.
Asiento con la cabeza y comenzamos a caminar.
Doblamos la esquina y me llevo una nueva sorpresa. Lo que llaman parque no es como yo los recuerdo, con flores, plantas y árboles; mucho menos césped que tapizara el lugar. Aunque pudieran haber querido tapar las diferencias, son demasiado notorias, hasta para una persona que no presta suficiente atención le es claro que el todo el suelo está compuesto por plástico, intentando simular el césped. Caso similar sucede con todo lo demás, donde debiera de haber árboles en pleno crecimiento y arbustos, solo se extienden piezas uniformes de plantas sintéticas hechas a base de polímeros plásticos. Mirar mis alrededores y ver lo que han hecho me provoca náuseas.
—¿Cuándo fue la última vez que pudo observar el cielo nocturno? —inquiero de forma repentina para tratar de desviar mi atención de la decepcionante imagen que el parque tiene.
—Creo que tiene mucho —contesta rápidamente, como si estuviera esperando la pregunta— pero resulta imposible hacerlo actualmente, ¿no es cierto?
—¡Sí! —respondo con sobresalto, impresionado de que ella pudiera comprender mi dolencia, y a la vez sorprendido porque así fuera—. Es algo terrible.
—Ya sé, pero mucho se lo debemos a nuestra insaciable necesidad de comunicación.
—¿Qué quieres decir? —inquiero desconcertado.
—Claro, habla de toda la basura espacial que hay en la órbita terrestre y que ahora impide ver el cielo. ¿No es así?
Una lágrima recorre mis pómulos, llena de la frustración que ahora siento.