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Manuel Moreno Belosillo

El ultimátum.


Un día- y ese día tenía que llegar más tarde o más temprano- sobre el cielo de las principales metrópolis del planeta aparecieron naves de factura alienígena. Su tamaño colosal ocultaba el sol, cubriendo de una tenebrosa sombra la ciudad y a su aterrorizada población. Su diseño era recargado, barroco, casi churrigueresco, aunque es posible que lo que a los terrícolas nos pareció ostentosa ornamentación fuera tecnología, pues resulta frecuente que se malentienda aquello que se desconoce profundamente. Las naves estaban poderosamente armadas con cientos de baterías que apuntaban hacia abajo sus cañones de gran calibre. Se tiende a temer a lo foráneo y prejuzgar por desconocimiento lo extraño, pero a primera vista y sin ánimo de opinar con precipitación, no parecía una visita de cortesía. Al parecer (aunque esta información se conoció o se dedujo más adelante), nuestros visitantes habían encontrado por casualidad la sonda Voyager y se habían plantado en la Tierra en un santiamén. La sonda Voyager es algo así como una botella lanzada al mar por un náufrago perdido en una isla desierta, en este caso el mar es el espacio interestelar, la isla desierta el planeta Tierra y él náufrago la humanidad. Como cualquier botella que se precie la sonda contiene un mensaje, un disco de oro con mucha información grabada, desde un mapa con la localización del sistema solar, pasando por saludos en algunos idiomas de la Tierra, hasta piezas de Bach y la canción “Johnny B. Good” compuesta por el guitarrista estadounidense Chuck Berry. En fin, que habíamos traído al enemigo hasta casa. A las 12´00 horas de ese mismo día los alienígenas invadieron TODOS los canales de comunicación del planeta y mandaron el siguiente ultimátum: «Somos una raza pacífica de los confines del universo y no deseamos ningún mal a la Tierra, pero si en 24 horas no se cumplen nuestras exigencias, haremos escombros vuestra civilización y mataremos a todos los humanos, sin excepción de edad, género o raza». Pero ¿Qué querían los alienígenas de la Tierra? ¿Qué buscaban? ¿Qué precisaban de los terrícolas? Todas esas preguntas de repente se agolparon en la mente de todos. Inmediatamente se preparó una embajada compuesta por el Secretario General de la ONU, el Presidente de Estados Unidos, el Primer Ministro de la URSS (sí, la URSS) y el Premier chino para parlamentar con los alienígenas y conocer cuáles era sus “exigencias”. Se mandó la embajada para negociar un acuerdo que salvase la Tierra y en menos de una hora los mandatarios volvieron sanos y salvos, pero con una extraña mueca de pasmo. En el plazo concedido se cumplieron sus exigencias y las naves se esfumaron del cielo de la Tierra. La humanidad entera se quedó como sin sombra cuando se conoció la demanda de los exigentes extraterrestres. Un guitarrista de San Luis había librado a la tierra de la destrucción, pues lo único que los alienígenas codiciaban de la Tierra era la discografía completa de Chuck Berry, nada más. Sólo es rock and roll, pero al parecer les chiflaba.


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