Dia 1: Primera entrada y presentación Hoy, después de muchos, muchísimos años, por fin pude comprarme algo que es mío y que realmente quería. De ahí que pueda estar escribiendo estas líneas que van a ser una suerte de bitácora de vida de nuestra compañía. Hoy tempranito me fui a uno de esos locales donde venden todas estas cosas de electrónica y demás yuyos, y me compré con mis ahorros de varios años mi primera computadora. Si señora, si señor, una hermosa computadora de esas que llaman portátiles, o notebooks, o netbook si se quiere poner más moderna. Toda chiquitita, novedosa y de última generación por lo que me dijo el que me la vendió. Y debe de serlo porque me costó un ojo de la cara y como media esfera genital derecha. Al final y después de convertidos esos verdes a pesos, porque el dólar no es nuestra moneda oficial pero hasta los chicles bazooka cotizan en moneda americana, el total final es el equivalente a lo que gané con las úlmas 25 funciones morlacos más, morlacos menos. Pero realmente vale la pena…creo. Pero entre tanta charla y perorata todavía no me he presentado. Mi nombre es Antonio Salvador García para servirles. “Gallego” para algunos amigos, “toño” para otros. Hijo, nieto, bisnieto y hasta tátara nieto de artistas itinerantes de circo soy, y actual dueño (heredado valga la aclaración) del “Gran Circo de los Hermanos Staravinsky”. ¡ja! Pavada de nombre dirán ustedes. Gran nombre si, pero muy mentiroso para ser sinceros. Paso a explicarme, los fundadores de este circo no eran rusos, y mucho menos hermanos. Pasa que para la época en que mi abuelo se juntó con su mejor amigo, un tano cabronazo de la Sicilia, y fundaron el circo, estaba muy de moda el de Moscú. Así que para aprovechar, a mi abuelo se le ocurrió que le clavaran un nombre más o menos ruso que leyeron en una cámara de fotos del tano y que estaba en su familia desde de la época en que la tierra todavía estaba caliente. Bue, justamente de ahí nacimos como circo, de esa mezcla italo-gallega pero con nombre de una antigüedad rusa del año del orto. Como dije, no eran ni hermanos ni rusos, ¡eran avivados! En este momento que estoy escribiendo estas primeras líneas miro el afiche original del circo que tengo encuadrado en la pared de mi casilla rodante, que además de ser mi casa son las oficinas centrales de la empresa, la enfermería, sala de reuniones y no se cuantas cosas más y lo veo al viejo mirándome de frente con su gesto ceñudo de una sola ceja continua y su espalda apoyada en la del tano. Ambos vestidos con impecables trajes blancos y rodeados con imágenes de la decenas de actos que tenía el circo en aquellas épocas. Todo bajo el nombre en letras de rutilante color amarillo que pretendía ser dorado, y que reza “Gran Circo de los Hermanos Staravinsky”. ¡Faaa! ¡pavada de cartel que tenían! En aquella época no había ni photoshop, ni fotos a color ni nada de todo eso que ahora existe para hacer cartelitos lindos. No señores, en aquellos días en que las cosas estaban bien y la plata les entraba hasta cuando no hacían nada, se buscaron a los mejores ilustradores de Venado Tuerto (de ahí eran los viejos) y se mandaron flor de cartel. De aquellos años dorados solo nos queda esa única copia del panfleto a tres colores y nada más. Ni la gloria, ni las decenas de actos, ni las funciones a rebosar. Claro que ahora los afiches con los adelantos tecnológicos son mejores, pero es lo único “mejor” que nos queda. El resto es una lenta y constante barranca hacia la decadencia misma.