Había terminado su primera novela de ciencia ficción. La había revisado decenas de veces y estaba completamente segura que era al menos digna de ser presentada a la editorial. Tras el inesperado éxito de su primera obra, el editor le pidió otro título para en la medida de lo posible repetir el éxito del anterior. Y si en la primera novela había optado por una historia clásica (batallas espaciales, robots y un gigantesco meteorito) en esta ocasión decidió arriesgar con algo nuevo, algo que jamás se hubiese escrito anteriormente.
Tras una interminable semana al fin recibió la ansiada nota del editor. “- Lamentándolo mucho no podemos publicar tu obra. Nuestra editorial se caracteriza por apuestas arriesgadas, pero la historia que pretendes contar está más allá de lo mínimamente coherente. Un mundo en el que los parásitos son la única raza tecnológica y que las personas normales, somos mera comida para ellos, o simples objetos de adorno en sus casas es algo que atenta contra el buen gusto. Además esto de que las personas no se puedan mover, sino que necesiten estar quietas en un solo punto para poder vivir, mientras que los parásitos, gigantes y con extremidades prensiles, disfrutan de libertad de movimientos es algo que da mucha angustia solo con pensarlo. No obstante la trama es interesante, por lo que si cambias los términos nombrados podemos reconsiderar la publicación”.
El golpe fue muy duro para ella. Y como siempre que se ponía tensa optaba por fotosintetizar. Así que se sentó debajo la enorme cúpula trasparente del comedor de la casa de sus padres, extendió sus hojas y sumergió su extremidad absortiva en un enorme tanque de de esa comida basura que en sus periodos más lucidos tanto evitaba probar. Y allí estuvo fotosintetizando hasta que el sol se ocultó tras el horizonte, cuando decidió parar, ya que para continuar solo podría hacerlo con la luz artificial, pero ya no podía más. Y al encenderse las miles de estrellas tras la cúpula pensó “- Sé que en la inmensidad del universo puede existir un planeta en el que los vegetales no hayan evolucionado como en este planeta y aún estén en la fase de raíces estáticas, pero sin embargo los parásitos incapaces de realizar la fotosíntesis y que se alimentan de nosotros y que nos devorarían si no dispusiéramos de insecticidas , habrían evolucionado más allá de simples larvas, hasta animales más grandes y con capacidad de construir objetos mediante extremidades móviles, y que tuviesen campos de explotación de plantas atrapadas por sus raíces y sin posibilidad de huir, que comerían, cortarían y maltratarían, e incluso las tendrian esclavas como adornos dentro de sus casas. Sé que es un mundo horrible, pero más horrible es un mundo en el que un editor corto de miras no reconoce una obra maestra”. Y para colmo su madre estaba polinizada de nuevo. Asco de vida.