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Javier Piña Cruz

Una nueva noche en la eternidad


El sol comenzaba su curva descendente, lamiendo con sus últimos rayos la ciudad, dejando paso al anochecer, el comienzo de una nueva noche en la no-vida del Vampiro. Abro los ojos y solo veo oscuridad. Mi boca se abre, dejando patente el hastío que siente mi cuerpo. Una nueva noche, una noche más en esta tortura y ya eran… Había perdido la cuenta de los siglos que hacía que caminaba por la ciudad. Poco quedaba en mí, de aquel plebeyo del siglo XIV, que trabajaba de sol a sol, para poderse llevar un mendrugo de pan con moscas a la boca. Me levanto de la cama y abro las cortinas de terciopelo rojo que adornan mis ventanas y que me protegen de los rayos de sol. Me acerco a la cómoda, mi gentil y adiestrado esclavo, me ha dejado una copa de sangre, recién extraída del cuerpo de Isabela, la muchacha que mantengo encadenada y sometida a mi voluntad. Abro el armario y saco una camisa negra y unos tejanos. Antes de vestirme me doy un poco de bronceador, para que mi piel parezca viva, pese a la sangre que ahora corre por mis muertas venas. Me preparo para salir de caza. Abro la ventana y me dejo caer desde el quinto piso. Nadie se da cuenta de que un hombre se ha tirado desde la ventana y menos aún que ha caído de pie. Vivo en el Siglo XXI, un siglo donde la gente presta más atención a las nuevas tecnologías que a lo que tiene al rededor. Camino por la calle, en busca de mi cena, esta noche me apetece algo diferente, algo que me haga recordar la emoción de vivir eternamente en esta pesadilla que es la eternidad. De repente, siento como algo tira de mi brazo hacia la entrada de un callejón. En el me encuentro con dos hombres, uno no supera la treintena y el otro casi debería de seguir usando pañales. El más mayor es el que me sujeta el brazo y me dice que le de todo lo que lleve de valor. Yo enarco una ceja, mis ojos se abren como platos y mis cejas se elevan como si aplaudieran. Mi cuerpo se estremece, presa de la emoción que sabe que va a pasar. Mis manos se meten en mis bolsillos, mientras el fijo de un cuchillo, acaricia mi garganta. Al parecer el hombre de más edad tiene prisa. Mis labios y mi boca se confabulan para emitir una risa irónica. Mis manos como por arte de magia para mis dos asaltantes, acaban de partir el cuello del más mayor, sin que uno ni otro, tuvieran ninguna oportunidad de saber que había pasado. Me lanzo hacia el más joven, le abrazo, le miro a los ojos divertido y sin decir nada, le muerdo en el cuello, robando casi todo el líquido carmesí que corre por sus vivas y latentes venas. Cuando acabo con él, dejo que su cuerpo caiga al suelo, cual saco de patatas y me acerco al otro cuerpo. Me agacho y cojo su muñeca, llevándomela a los labios, traspaso su fina piel con mis colmillos. Mi cuerpo me pide más sangre y es lo que le estoy dando. Cuando acabo con el, me levanto, me paso la lengua por los labios, recogiendo alguna gota de sangre que quería escapar de ellos y salgo del callejón. Sintiendo mi cuerpo lleno de ese don tan preciado, me dispongo a pasear hasta que la luna, mi gran aliada y mi secuestradora a la vez se vaya a dormir. Una noche más, una nueva tortura ¿Hasta cuándo esperare para lanzarme al fuego?


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