Caperucita cogió el lápiz y dibujó un sendero. Lo rodeó de maleza y se introdujo en él. Continuó dibujando, mientras avanzaba. El lobo husmeaba. La abuela pasó la página y Caperucita apareció en el reverso, mostrando un rostro aterrorizado. Tras ella, una sombra oscura revelaba unos ojos inmóviles y brillantes, rodeados de una espesa mata de pelo. La abuela agarró a la niña por sus manos dibujadas, y la arrastró hacia fuera, dejando que los colmillos del lobo solo pudieran asomar entre las hojas del libro cerrado de improviso, como un ansioso marcapáginas.