Me había despertado. Nadie me había advertido que esto podría llegar a ocurrir. Durante los largos meses de entrenamiento, ninguno de mis superiores ni siquiera lo había mencionado. Pero había ocurrido, y ahora estaba despierto. Despierto y solo. Cuando abrí los ojos, solamente pude ver oscuridad y una leve luz que indicaba el lugar por el que debía accionarse la compuerta. Todavía tumbado, en posición fetal, había logrado quitarme las ventosas de mi cuerpo, que informaban puntualmente de mis constantes vitales. Me costaba un poco respirar, pues el ritmo de mi corazón se había incrementado al despertar, y necesitaba más aire del que cabía en el cubículo en el que estaba recostado. Dirigiendo mi vista todavía desenfocada hacia la luz, logré abrir la compuerta. Me senté lentamente, tal y como me habían enseñado en los entrenamientos, y fui desentumeciendo mis miembros doloridos. Afuera, silencio absoluto. “Creo que soy el primero en despertar”, pensé. Tras un rato sentado, logré ponerme de pié. Vi el indicador de la luz de emergencia y accioné el interruptor. Un blanco resplandor cegó mis ojos, y apagué la luz rápidamente. Cuando mis ojos se recuperaron, volví a encenderla, pero permanecí con los ojos cerrados un buen rato y luego los abrí progresivamente, poco a poco, para que se fueran acostumbrando a la luz. Fue entonces cuando vi a mis compañeros. Estaban tal y como debía de haber estado yo hacía escasos minutos. Cada uno en su habitáculo, en posición fetal, sumidos en un tranquilo sueño. El aire suministrado les proporcionaba todo lo necesario para la supervivencia y conservaba sus cuerpos controlando su metabolismo, de forma que les impedía envejecer. Me di cuenta de que yo ya estaba empezando a hacerlo, pues ahora mi cuerpo ya no estaba conservado en el elixir de la eterna juventud. En un principio pensé que ya habíamos llegado a nuestro destino, la Galaxia Adurán, a ciento veinte años luz de mi planeta. Gracias a los avances de la ciencia, capaces de controlar el deterioro del cuerpo provocado por la vejez, se había logrado el propósito de viajar a largas distancias por el espacio. Me asomé por la ventanilla y descubrí que todavía seguía de viaje. Miles de luces se encendían y apagaban a mi alrededor, nada permanecía quieto, y fue entonces cuando supe que algo había salido mal… ¡yo no debería estar despierto! Mis compañeros seguían durmiendo. Ellos despertarían en el momento preciso y seguirían tan jóvenes como a la hora de partir… pero eso para mí ya era imposible. Empecé a vagabundear por la nave, en busca de algo que me proporcionara información acerca de qué es lo que debía hacer. No tardé en descubrir lo que andaba buscando. Un libro descansaba sobre una estantería y su título era claro: “Instrucciones acerca de cómo proceder si se despierta antes de tiempo”. Comencé a leer ávidamente. En él se informaba que lo primero que había que hacer era conocer cuánto tiempo quedaba para llegar al destino. Para ello, en el cuadro de control de mandos había que consultar un cronómetro que indicaba fielmente el tiempo que habían pasado desde que la nave despegara. Encontré el reloj sin dificultad; habían pasado 59 años, 11 meses y dos días. Eso significaba que habían transcurrido casi sesenta años desde que había partido de mi planeta y, por lo tanto, todavía me quedaban otros sesenta más para llegar a mi destino. “¡No puede ser!” pensé. Aunque era joven y podía perfectamente llegar a vivir sesenta años más, existía el problema de la alimentación. Decidí seguir leyendo el libro a ver qué ponía al respecto. Busqué en el índice el apartado de “Alimentación” y leí rápidamente. Según se explicaba, en la nave, en el piso inferior, había víveres deshidratados y agua para aproximadamente seis meses para una persona. Me quedé abatido. También informaba que, junto a los víveres, había un frasco que contenía pastillas para “perder la conciencia y abandonar dignamente la vida”. Durante algunos meses me ha costado tomar la decisión, aferrándome pese a todo a la supervivencia, pero ahora soy consciente de que es lo mejor, la única solución para no seguir sufriendo, pues mi cuerpo ya da muestras de problemas ocasionados por la falta de ejercicio y por la alimentación inadecuada. Así que aquí estoy, con la pastilla en la mano, esperando tener el valor necesario para ingerirla. Pero antes he querido escribir estas palabras, palabras de despedida a mi familia, a mis amigos y a mis compañeros de viaje, que ahora duermen el sueño de la juventud, y que la disfrutarán cuando despierten en la tierra prometida.