¡¡¡Socorro!!!— gritó el joven jadeando de tanto correr. Cruzó el bosque con la negrura de una noche sin luna, dónde todos los ruidos parecían estar confabulados en su contra. El adolescente sentía que el corazón le iba a salir disparado del pecho, mientras intentaba ganar velocidad a la sombra que lo perseguía sin descanso. El muchacho tenía la camisa pegaba a su sudorosa espalda, rasgada desde el hombro derecho hasta la cintura. Algo le había atacado con sus afiladas garras en forma de cuchillos, dejándole la piel hecha jirones. Tropezó con un tronco que estaba atravesado en el camino, y su cabeza rebotó contra el suelo como un martillo impulsando al clavo. Una intensa luz blanca cegó sus ojos antes de perder el conocimiento por unos segundos. Un ruido cerca de su oreja lo hizo volver en sí, seguido de un delicado soplido. La luz enfocó directamente hacia él, y detrás se escondía una escopeta de doble cañón apuntando al gigantesco roedor que estuvo a punto de hincarle los cuatro largos y afilados dientes. El cazador que vio al chico huyendo de la gigantesca rata, lo rastreó con cautela para no perder a la presa. Acto seguido, tomó aire y “¡bang!”.