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Ignacio Castellanos

Relato de lectores 'El Herrero y la lechera'


Al cumplir los trece años, Voram empezaba a ayudar a su padre en la herrería. Ya podía comenzar el aprendizaje de una manera más concienzuda. Hacía todas las tareas desagradables y sucias. Todos los días daba a los fuelles con fuerza para avivar el fuego y calentar el hierro a la temperatura correcta, y al terminar su padre de trabajarlo con el martillo, Voram lo llevaba al agua. Junto a su padre aprendía cómo de caliente debía de estar el metal para trabajarlo, y cómo fortalecerlo eliminando las partes débiles. No era un aprendizaje sencillo, pero al menos comenzaba a adquirir una fuerza considerable para poder el día de mañana, golpear el hierro desde el amanecer hasta el anochecer.

Voram no tenía demasiados momentos de desocupación, pero la sangre bajo su piel comenzaba a hervir, la hija de la lechera empezaba a dirigirle unas miradas más que repletas de futuras promesas, y las fiestas del cambio de estación estaban a punto de comenzar, unas festividades repletas de pruebas en las que un joven de brazos fuertes y voluntad férrea de herrero como la suya, podía hacer alarde de su habilidad con las pruebas de levantamiento de peso contra otros jóvenes de su edad. Voram no era el más listo de la aldea, era un adolescente, y por lo general un adolescente es idiota, y como ya dije, Voram no era el más listo pero tampoco era el más tonto, únicamente era un muchacho con la sangre igual de caliente que el fuego de la fragua de su padre, y su voluntad y deseo por hacer que la hija de la lechera lo amara, hizo que quisiera tomar en apariencia el camino más fácil, por lo que, guiado por las historias de los espíritus burlones seldrin que había oído desde pequeño, fue hasta la caverna que había a los pies de la Montaña Gélida, una caverna que según contaban, era la entrada al inframundo, hogar de los seldrin más ligados a los deseos humanos. Voram entró, e imploró que lo ayudaran. Un seldrin de aspecto frágil pero terriblemente bello, se le apareció a orillas de un pequeño estanque subterráneo. Le acarició con su mano su cara, y le susurro al oído:

Ve con tu amada, pues no podrá resistirse ni a tus abrazos ni a tu mirada.

Voram, loco de contento, corrió hacia el comienzo de las festividades. Tras realizar auténticas proezas con el levantamiento de pesos, se encontró tras unos fardos de heno y unos cuernos repletos de sidra, con la bella hija de la lechera en sus brazos, llenándola de besos y caricias, hasta que la joven tuvo que partir no sin antes hacerle prometer a Voram que volverían a encontrarse.

Hinchado de orgullo, Voram volvió a su casa. Llamó a la puerta y apareció su padre con el rostro grave mirándolo desde arriba bajo unas cejas gruesas y negras. No le dejaba entrar, ni le saludaba, únicamente lo observaba.

-¿Padre?

-¿Padre? yo no soy tu padre, vuelve a casa muchacho, es tarde, tu familia estará preocupada.

Después de estas extrañas palabras, el padre de Voram desapareció tras el umbral de la entrada. Compungido y algo espeso por la sidra, Voram calló al suelo. La gente que se encontraba por el camino no lo saludaba ni parecía reconocerlo ¿Qué ocurría?. Ayudado por una antorcha se dirigió a un barril con agua. Observó su rostro y se apartó horrorizado. No era su cara. Era bella sin duda, bella como la de un seldrin, pero no era la suya. La hija de la lechera no lo había amado a él, ni deseaba volver a verlo, quería volver a ver el rostro que le devolvía la mirada desde el reflejo del agua.

Con lágrimas corriendo por las mejillas, y la antorcha en su mano derecha, fue tambaleándose hasta la caverna de los seldrin a los pies de la Montaña Gélida. Se acercó a la orilla del estanque negro, llamó a los seldrin, pero ninguno apareció. Se tumbó y posó la antorcha a su lado hasta que se apagó, y arrodillado pidió que le devolvieran su rostro, pues, ¿De qué le servía ser amado si no era a él a quien iban dirigidos los deseos, y ni su propio padre lo reconocía? Así, llorando y rogando, se durmió.

Finos rayos provenientes del cálido sol del verano comenzaron a colarse por la entrada de la gruta. Calentaron la cara de Voram. Al despertar se preguntó si todo había sido un sueño. Se miró en el río cercano a la montaña, y vio que su rostro era el de siempre. Volvió corriendo a la fragua. Su padre le estaba esperando. Le preguntó con el ceño fruncido en qué montón de estiércol o heno había pasado la noche. Luego, su padre le explicó una extraña historia en la que un joven forastero había llamado a su puerta en mitad de la noche. Fue en ese instante, cuando Voram se dio cuenta de que nada de lo ocurrido la noche anterior, había sido un sueño.


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