Don Eustaquio llegó una semana después del crimen al hotel. La suite donde se perpetró el asesinato ya no estaba custodiada, ni siquiera por los microdrones. Con su anticuada vestimenta, incluyendo su boina y sus gafas de carey, nadie prestó atención al anciano, que entró a la habitación sin mayor problema. Sintió en la oscuridad la soledad y pena que llenaban el lugar. Recordó el estupor en los noticieros, al reportar la misteriosa muerte del mandatario huésped, aún con las estrictas medidas de seguridad, reforzadas por IA militar. Palpó uno a uno los muebles, hasta que al tocar la mesa de un florero, una señal se iluminó en su muñeca. Pulsó un interruptor en su antebrazo, y la mesa volvió a su forma y textura original de robot. El robot se convirtió en una escoba y ambos regresaron a su apartamento. Don Eustaquio alzó los hombros, añorando los viejos tiempos, en los que con un rifle de larga distancia, cumplía sus contratos.