Una novela de Ciencia Ficción basada en un videojuego, Math Combat Challenge, cuyo autor es el mismo que lo ficciona novelísticamente. Un proyecto muy original nacido de la mente creativa del informático y novelista Iñaki Campomanes
Os dejamos el primer capítulo de esta novela en fase aún de conclusión, pero de la que ya podemos percibir su claro estilo narrativo y la sólida construcción de un entorno distópico y futurista pero perfectamente plausible en unos años, en la línea de la ciencia ficción 'Hard' (Verne, Clark) es decir imaginando futuros tecnológicamente posibles con el nivel de desarrollo científico actual.
Para saber más de este polifacético autor podéis visitar sus webs
'Mensajero del Náströnd'
Cap.1
Sandra había estado tres semanas seguidas sin salir del cuarto donde trabajaba, en la costa este de Nueva Zelanda. Se encontraba centrada en su investigación de un nuevo modelo genómico para especies adaptadas a entornos que podrían ser susceptibles de existir en la Tierra, en el plazo de entre quinientos a mil millones de años. Su investigación genética sobre adaptabilidad de la vida al medio, y sus conclusiones, eran definitivamente poco fiables. Tendría que buscar alternativas mejores. Lo más prometedor que tenía se centraba en las aves, sin duda. Adaptar algunas de ellas combinando su ADN con el de otras especies prometía dar resultados más esperanzadores.
Estaba sumida en estos pensamientos cuando sonó una señal. Era una llamada entrante. La aceptó. El número era conocido. E inesperado. Pero, de algún modo, sintió la necesidad de saber de qué iba aquello.
—Vaya, si es Jan, mi admirador personal.
—Hola Sandra, cómo estás. Llevo tiempo sin saber de ti.
—Estoy vestida esta vez, para tu desgracia.
—Eso se arregla fácilmente. No están Irenka ni los niños. Podrías volver a desnudarte. Me gustó el espectáculo.
—Ni en tus mejores sueños. —Jan rió. Ella añadió:
—¿Cómo está Irenka? ¿Y los niños?
—Irenka está cada día más guapa. Y los niños me preguntan por ti. —Sandra suspiró.
—No puedo ir todo lo que quisiera, Jan. Podéis venir a casa, tomando las debidas precauciones. Traer los niños. Pero ir yo, eso no. Sabes que, si me encuentran, si saben que soy en realidad un androide…
—Lo sé. Pero no es justo. Juntos hemos trabajado muy bien estos años.
—Eso explícaselo a la G.S.A. Siguen con su campaña de control de androides. Ya conoces su lema: “Los hombres nunca serán esclavos. Los androides nunca dejarán de serlo”.
—Algo te sucedió hace tres años. Algo que no me quieres contar. —Sandra asintió levemente.
—Exacto, Jan, así es. No te lo quiero contar. —Jan insistió:
—¿Qué te pasó allá arriba, Sandra? Estás muy cambiada desde entonces. Me tienes preocupado. Irenka siente lo mismo.
—Podría contártelo. Pero luego tendría que matarte.
—Eres muy graciosa. —Jan nunca supo que, en realidad, no era una broma. Sandra continuó:
—Bueno, me imagino que no es una llamada de cortesía. Es otro de tus “trabajitos”. —Jan se lo confirmó con un gesto serio.
—Lo es. Mandamos a uno de nuestros operativos a la luna Titán de Saturno, como integrante del equipo Gamma para la competición de matemáticas de la “Titan Deep Space Company”. Tenía que hacer… un trabajo. —A Sandra se le torció el gesto.
—¿Qué? ¿A esa locura? ¡Eso no es un deporte, Jan! ¡Es una monstruosidad!
—Pero ya sabes el dinero que mueve en apuestas. Y todo lo que ello conlleva: trata de blancas, venta de armas y drogas, y otras lindezas.
—Lo sé demasiado bien. Y de la compañía prefiero no hablar.
—¿Por qué? La Titan Deep Space Company funcionó mal un tiempo, hasta que volvió a tomar el control su antiguo director general, Richard Tsakalidis. ¿Acaso le conoces?
—De oídas —mintió Sandra—. Pero vamos a centrarnos. ¿Me estás pidiendo por casualidad que vaya a Titán? ¿A esa maldita estación espacial donde se celebra ese estúpido torneo de matemáticas? ¿Esa “Math Combat Challenge”?
—Así es. Nuestro agente ha desaparecido. El último contacto fue hace tres días. Nadie le ha visto desde entonces. Tenía que mandarnos datos referentes a un grupo de traficantes y tratantes de blancas que organizan el negocio de las apuestas en la estación espacial de la compañía. Llevamos dos años detrás de ellos. Queríamos reunir pruebas concluyentes durante el campeonato de matemáticas.
—Eso no es un campeonato de matemáticas, Jan. Eso es una matanza.
—Bueno, pero hay matemáticas durante el torneo.
—No seas sarcástico.
—¡No lo soy! Escucha, sé que te debo más de un favor.
—Y más de tres.
—Ya, ya. ¿Me ayudarás? Te daré lo que quieras a cambio. —Sandra dudó un instante.
—¿Lo que quiera?
—Por supuesto.
—Un fin de semana con los niños de excursión. Ellos y yo solos. —Jan abrió los ojos.
—¿Qué? ¡Eso no es una petición! ¡Eso es una bendición!
—Y tú llevas a Irenka a algún lugar bonito. La tienes abandonada por tu trabajo.
—Sandra, ya hemos hablado de eso.
—Cierra la boca. ¿Lo harás?
—De acuerdo. Haré el sacrificio de dejar a los niños con tía Sandra un fin de semana.
—Está bien. Saldré enseguida. Transmíteme todos los datos del caso.
—Ten cuidado, Sandra, por favor. Dicen que aquella zona, el espacio profundo más allá de Júpiter, es una locura. Las rutas comerciales están tomadas por piratas, y la seguridad vendida al mejor postor. Cada noticia es peor que la anterior.
—Mira quién fue a hablar. Por tu culpa casi me han volado la cabeza dos veces.
—Pero siempre has conseguido superarlo.
—Los disparos sí. Aguantarte a ti ya es otro tema. Adiós, Jan. Y recuerda el pacto.
Sandra tomó la primera nave que salía para Titán. En esta ocasión no hizo escala en Marte, porque el planeta estaba en oposición a Saturno. Se alegró de ello. No quería recordar los sucesos ocurridos en el planeta tres años atrás. Allí empezó una pesadilla de la que no querría recordar nada. Pero su programación le impedía ocultar recuerdos. Era parte de su diseño. De este modo el androide obtenía una experiencia, positiva a veces, negativa otras, y no podría quedarse solo con lo bueno, lo cual daba más carácter a la personalidad artificial.
Sentía algo de angustia ante aquel viaje. Toda la angustia que pueda sentir un androide de infiltración y combate modelo QCS-60 avanzado. Su computadora cuántica había dejado de ser lo que había sido originalmente mucho tiempo atrás, cuando intervino en la desafortunada Operación Folkvangr. La acumulación de experiencias, y los muchos sucesos vividos en los últimos ciento siete años, la habían transformado de una forma radical. Y volver a Titán, donde había estado a punto de morir tres años atrás, durante aquella crisis con aquella maldita nave, la habían terminado de modelar con una nueva personalidad. Más dura, más fría, pero también más estable. En muchos aspectos, muy poco quedaba ya del androide original. Quizás nada.
El transporte la dejó en Titán, el satélite de Saturno que era una fuente casi inagotable de hidrocarburos para el sistema solar, y que explotaba en exclusiva la Titán Deep Space Company. Sandra se alojó en un hotel no muy lejos de la base donde tres años antes fue primero líder y luego prisionera. El hotel disponía de una lanzadera hacia la estación espacial donde se celebraba la competición deportiva conocida como la “Math Combat Challenge”. Aquella barbaridad era el deporte preferido del sistema solar. Se trataba, básicamente, de un enorme estadio en una enorme estación espacial, donde los participantes debían resolver problemas matemáticos diversos y de todo tipo. Paneles virtuales gigantescos mostraban ejercicios matemáticos diversos, y los participantes debían buscar los números adecuados que se movían por el estadio, o bien disparar a la solución si esta se encontraba en un grupo de posibles respuestas.
La particularidad de este deporte era, sin embargo, muy peculiar: estribaba en que estos ejercicios debían resolverse en medio de un sinfín de trampas que se iban sucediendo en el estadio, además de una cadena interminable de ataques de todo tipo de elementos. Solo se disponía de la ayuda ocasional de un dron con forma de ave. Más allá de eso, el lema de la competición era: contar y sobrevivir. Los ganadores obtenían una fortuna. Los perdedores perdían todo, incluyendo, por supuesto, la vida. Podían retirarse antes de perecer. Pero pocos lo hacían.
La Titán Deep Space Company era la patrocinadora del juego, con el que ganaba todavía más dinero que con su industria, y además le permitía blanquear parte de los beneficios obtenidos de formas no demasiado pulcras. El presidente de la compañía, Richard Tsakalidis, había desaparecido tres años atrás, durante la crisis que Sandra sufrió en Titán, solo para aparecer por sorpresa un año después, aparentemente sin que recordase nada de lo sucedido, y tomando de nuevo su puesto. El Consejo de Administración le readmitió al instante, por muchas y variadas razones que era mejor no recordar.
Sandra se acomodó en su habitación, tras rechazar un par de propuestas que había tenido de un par de hombres que la habían invitado a su habitación sin ni siquiera invitarla a una copa previa, algo demasiado habitual en su vida diaria. Se colocó en ropa interior con unas zapatillas, y activó el emisor holográfico de deportes, donde se emitían imágenes de la competición. Fue en ese momento cuando la imagen del proyector se transformó. Apareció entonces una figura que era clara y amargamente reconocida.
—¡Richard! ¿Cómo?…
—Hola, Sandra. Me alegro de verte en buen estado. Tan guapa como siempre. Esos ojos azules son impresionantes. Y te sienta muy bien ese conjunto.
—¿Dónde estuviste metido? ¿Y dónde está Scott? ¿Sigue secuestrado?
—Siempre has hecho demasiadas preguntas. Digamos que Scott es ahora un socio valioso y eficaz. Y digamos que sigo con mis objetivos firmes y claros, pero eso tú ya lo sabes. Lo que quiero saber es qué haces aquí.
—Eso no es de tu incumbencia, Richard. O Zeus, como te gusta que te llamen.
—No me gustaba, pero al final hasta me está pareciendo bien, incluso he añadido la imagen de Zeus al nuevo logo de la compañía. Has de saber que todo lo que ocurre en Titán es de mi incumbencia. He visto que has comprado una entrada para la Math Combat Challenge. ¿Quieres que te consiga un asiento en primera fila? ¿O es que vas a participar como luchadora matemática?
—Vete al infierno, Richard.
—Ah, sí. El infierno, me envían allí con cierta frecuencia. En cualquier caso, te estaré vigilando, Sandra. Después de lo que sucedió entre nosotros, tengo una herida profunda en mi corazón. Me hiciste daño. Yo, que lo di todo por ti. Te ofrecí un imperio. Y me lo pagaste traicionándome.
—Tendrás una buena herida en el corazón cuando te lo abra en pedazos, cerdo.
—Lo siento, Sandra. Te tomas esto de forma demasiado personal, especialmente teniendo en cuenta que no eres más que un montón de chatarra. Todo esto son negocios. Simples negocios. Y, en estos negocios, o estás conmigo, o estás contra mí. Y tú estás en el segundo grupo. Todo se reduce a eso. En todo caso, terminaré por averiguar lo que te ha traído aquí. Te lo aseguro.
—¿Cómo me has localizado tan rápido?
No hubo respuesta. La imagen se cortó. En ese momento sonó la puerta. No con el timbre, sino con el clásico toque de nudillos. Sandra suspiró preguntándose quién sería. Abrió. Del otro lado de la puerta apareció un hombre de unos cuarenta años y una mirada turbia. Se mantenía erguido y en silencio. Sandra preguntó:
—¿Quién es usted?
—Jan la ha mandado aquí, a buscar a un operativo de su agencia de investigación que ha desaparecido, ¿no es así? —Sandra sintió que se le caía el mundo encima. Primero Richard la descubría nada más llegar. Ahora ese hombre sabía perfectamente por qué estaba ahí. Respondió:
—¿Cómo sabe eso?
—Muy fácil, Sandra. Resulta que yo soy ese operativo