Los magnates del cine estaban en crisis: los gigantes complejos ya no atraían gente. Las nuevas formas de diversión portátiles o caseras habían sustituido a las salas de proyección. Las posibilidades con la interfaz cerebro-máquina eran infinitas. "¡Pues usémosla a nuestro favor! El espectáculo debe ser inigualable como siempre lo ha sido." De esta manera, se idearon nuevos filmes, en los que los espectadores estarían inmersos en la película: serían coprotagonistas de ella. Tiempo después, se estrenó la primera de la serie de películas así rodadas. La gente volvió a llenar las salas en la premiere. Una épica producción, con batallas, romance, acción. Los magnates estaban seguros de recuperar su inversión en tres días. ¡Vanas esperanzas! Tres infartos fulminantes, incontables crisis histéricas y desmayos durante las batallas fueron los clavos en el ataúd de esta innovación. Nadie acudió al cine, los días siguientes. El último asistente a este fiasco, finalmente, se quejó de no poder comer su pop corn en paz. "¡Así no se puede ver una peli!"