Esta es la segunda entrega del relato 'Las sombras de Ul Karak' si quieres primero introducirte en la historia puedes leer antes la Primera Parte
Cuando despertó todo era oscuridad. Tenía la visión borrosa, y no alcanzaba a ver más allá de su propio cuerpo. La boca reseca y amarga, y el dolor en el cuerpo eran buenas señales, significaba que estaba vivo. Las heridas aún no consumían su fuego interior, pero estaba muy lastimado, suavemente palpó su muslo y encontró un vendaje, había uno igual en su hombro, donde la flecha había perforado con violencia. A medida que pasaba el tiempo sus ojos se acostumbraban a la oscuridad y entonces se dio cuenta que no estaba sólo. Una sombra parecía moverse silenciosamente dentro de aquel lugar. Pensó en algún enemigo, pero descartó la idea inmediatamente, cuál era el punto de mantenerlo vivo y curarlo, ¿interrogarlo, torturarlo? No lo creía posible, era muy peligroso. Pero, quizás, esa persona… no, eso era imposible, a esta distancia, ella nunca…
El sonido de unos pasos acercándose borró sus cavilaciones y lo pusieron en alerta. Sus ojos se adaptaban rápidamente a la oscuridad y eso le permitió ver los contornos de una figura grácil que llevaba algo en las manos. Se movía lentamente como si no quisiera hacer mucho ruido, tal vez temiendo despertar algún espíritu ancestral oculto en dicha oscuridad.
-¿Dónde estoy? -buscaba incorporarse del lecho pero se sentía débil-, ¿quién eres tú?
-Tranquilo. Lo único que necesitas es descansar.
La voz era suave y delicada, y tenía un acento extraño que no había escuchado antes, no era de estas tierras, quizás de algún lugar lejano como Zethual o Harrat. Había una dulzura en su forma de hablar que le resultaba relajante. Pasó un trapo mojado sobre su frente y sintió un gran alivio, el ardor de la fiebre no lo dejaba levantarse en la misma medida que la herida en la pierna.
La mujer acercó a sus labios un líquido que resultó amargo pero refrescante, sintió cómo avanzaba por su garganta y llegaba a sus entrañas, después de aquello sólo quería dormir.
Y así lo hizo, durmió largamente y los sueños en algún momento se convirtieron en pesadillas, todas demasiado reales, y dentro de esa magia caótica cayó en la desesperación, sudó, gritó, lloró, susurró por la muerte como tantas otras veces, pero no despertó. Esa mujer lo aterraba pero por más que se alejaba no dejaba de encontrarla, siempre de la misma manera, siempre en el mismo lugar secreto, siempre en la misma pesadilla.
La podía ver como aquella noche en que murió por primera vez. La mesa fría y circular rodeada por aquellas estatuas de mármol blanco con cuerpo humano y rostro de diversos animales, cuyos ojos rojos brillaban intensamente cuando empezaban a brotar las primeras gotas de sangre; las sombras alrededor de él, que parecían flotar en sus ropajes negros, todos en estricto silencio hasta que al unísono empezaban a recitar sus cánticos, en una voz baja que más parecía un susurro; y sobre todo ella, la mujer que permanecía oculta tras unos ropajes más oscuros que la misma noche sin luna, un velo cubría su rostro al inicio, nada dejaba ver su belleza mortal, nada dejaba pensar que fuera ella la sacerdotisa de aquel dios monstruoso. En los sueños siempre era igual, los cánticos empezaban lentamente y ella empezaba a danzar a su compás, el velo caía al suelo y mostraba su rostro, era tan bello como una flor brotando en primavera; poco a poco su túnica también caía y dejaba ver su cuerpo desnudo, con la piel tan blanca como la leche, su cabello largo llegaba hasta sus tobillos y se movía al compás de su cuerpo, parecía tener vida propia. Pasaba de mesa en mesa donde estaban los hombres desnudos y amarrados, se acercaba a ellos y suavemente posaba sus labios sobre el de ellos, y luego el puñal sobre vientre. Cuando se acercó a él pudo sentir sus manos, frías como la nieve de las montañas, las pasó por su pecho y le dio el beso mortal, luego cuando el puñal ingresaba por su piel le recitaba el nombre prohibido de su dios.
Despertó nuevamente pero esta vez ya no había oscuridad, sus ojos sintieron el dolor de la luz, la misma luz que ahora le mostraba las paredes talladas con muchas figuras de árboles y raíces, había un pequeño altar en el cual un recipiente recibía las gotas que se filtraban de las paredes superiores donde estaban los accesos de la luz, y ahí podía ver las nubes después de... ¿cuánto tiempo había pasado, cuánto tiempo había estado postrado en ese lugar, qué era ese lugar?
Se pudo sentar y revisó su cuerpo, solo tenía encima unos vendajes, ya no sentía la palpitación en el muslo, y el hombro no le producía ningún dolor, estaba completo pero se sentía cansado, los labios resecos pedían agua desesperadamente y se percató del cuenco en el altar. Probó ponerse de pie, primero despacio y usando la fuerza de sus brazos, lo consiguió al primer intento, aunque no se sentía tan estable pensó que si se quedaba ahí nunca saldría, necesitaba agua y aire fresco, necesitaba moverse y llegar a su destino, ya antes había escapado de situaciones difíciles, debía completar su misión. Se apoyó en las paredes y pisó suavemente con la pierna enferma, resistió y entonces lo repitió con más fuerza, probando hasta dónde podía llegar, si necesidad de arrastrarla avanzó hacia el líquido y vio las gotas que caían en él, una a una, lentamente.
-No te lo recomiendo.
Detrás de él sonó aquella voz que por un momento creyó producto de la fiebre y su mente delirante. Tenía la misma suavidad y delicadeza de antes. Se volvió para mirarla y la encontró recostada en una pared al lado opuesto del altar.
-¿Has estado ahí todo el tiempo?
-Sí.
Era una mujer joven, con unos ojos enormes y verdes como esmeraldas, su piel color de ébano estaba salpicada de tatuajes amarillos en forma de flores, y se entremezclaban con las cadenas, pulseras y otros collares que eran la única vestimenta que tenía sobre su cuerpo.
-¿Dónde estoy? -se sentó al pie del altar y recibió sobre su cuerpo los rayos del sol que ingresaban por el mismo lugar donde caía el agua, cada gota parecía brillar como una piedra preciosa.
-Estás perdido, lo veo en tu interior y lo he escuchado en tus sueños. Las esencias perdidas gritan y lloran cuando duermen, aunque no lo hagan despiertos. ¿Cuando estás perdido por dentro, en realidad importa dónde estás por fuera?
-¿Qué te hace pensar que tengo esencia?
-Todos tienen esencia, y yo puedo verlas.
-Si la tuve en algún momento ya debe estar perdida.
-La esencia nunca desaparece, solo se transforma.
-¿Eres alguna clase de bruja?
-No, mi nombre es Haxi, soy la sacerdotisa de este templo.
-Estoy cansado de los templos y sus habitantes –el jinete hizo un gesto de desprecio.
-Lo sé, he velado tus sueños -ella notó su turbación y avanzó dejando ver su cuerpo joven y desnudo-. No tienes de qué preocuparte. Este templo pertenece a Tetsi, la diosa de los bosques y la vida. Nada te hará daño.
-Nunca oí su nombre.
-No es necesario que lo sepas, yo no sé tu nombre, pero ellos sí saben los nuestros, nos observan y protegen.
-Nunca he visto que un dios proteja a nadie, si nos observan solo es para divertirse al ver cómo nos hacemos daño -buscó su ropa con la mirada pero no la encontraba.
-Ellos intervienen a través de nosotros, somos el medio para sus fines, pero no todos entienden sus mensajes. Muchos que sí lo hacen lo distorsionan para sus fines, aunque otros lo cumplen sin darse cuenta, como tú.
-¿Yo he servido a tu diosa?
-Sin duda alguna –ella le brindó una sonrisa-. Estás recuperándote en su templo porque salvaste a una de sus hijas.
Él se mantuvo en silencio un momento.
-La niña... -no había pensado en eso, qué había pasado con la niña de aquella aldea en llamas.
-Así es, la niña que salvaste. No te preocupes, ella está bien. Veo que ya puedes caminar sin dificultad, ven, acompáñame y te mostraré el lugar. Tus ropajes están por aquí, te las quitamos para curarte y porque en esta parte del templo no está permitido nada más que piel viva.
Avanzaron hacia una cámara labrada en bajo relieve con imágenes de árboles, raíces y muchas flores, las imágenes se entrelazaban todas, y se juntaban alrededor de una mujer sentada que sin duda representaba a la diosa, ahí se pudo vestir, era un espacio especial preparado para la limpieza donde se realizaban las abluciones para poder acceder al templo principal.
-Nunca escuché de este lugar. Deben tener un buen motivo para mantenerlo oculto.
-Tenemos enemigos, como ustedes.
-¿Nosotros?
-Usted y sus sombras, se delató en sueños.
-No tenemos enemigos, las cosas que hacemos son por el bien de este mundo.
-Muchos están en desacuerdo, pero no me corresponde juzgar sus acciones, para eso está la diosa.
Mientras hablaban accedieron a otro ambiente donde había otras mujeres, todas con los mismos tatuajes, igual de jóvenes y con la misma piel oscura y brillante. Parecían cultivar algunas flores y cuidar de las imágenes que estaban en esa parte, muchas representaciones de la misma diosa pero en diferentes acciones, desde meditando entre árboles hasta como partera de animales. Cuando salieron de aquel lugar pudo contemplar el exterior, el templo era austero y oculto en una colina, cubierto por todo el follaje posible, con la cumbre coronada por un gran roble blanco torcido, pero con ramaje frondoso y que ondeaba al compás del viento.
-Es un lugar hermoso.
-Lo es, y debería permanecer así.
-Manténgase ocultas y nadie las encontrará.
-No es una opción. Las tierras de Ul-karak sufren, y la diosa nos pide que lo salvemos.
-No es un problema que me incumba.
-Te equivocas. Ya eres parte de esto. Cuando viniste aquí curamos tus heridas, pero el veneno dentro de ti era algo diferente. Era un producto de la alquimia, producto del robo. Todos los venenos tienen un componente en la naturaleza, de alguna planta, o de algún animal, pero lo que estaba dentro de ti no fue fácil de tratar.
-Agradezco que salvaran mi vida, pero eso no significa...
-No hemos salvado tu vida -dijo Haxi-, pero podríamos hacerlo.